La Semana Santa de Málaga y la belleza de la Fe
El Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Lo que creemos es que Dios, en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, ha revelado en plenitud el amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31; Porta fidei n. 6).
En esta línea, la Semana Santa, tal y como la vivimos en Andalucía y, concretamente, en Málaga, es una ocasión extraordinaria para redescubrir el sentido de la vida, contemplar la belleza de la fe en cada imagen, en cada entorno, en cada cortejo, y una oportunidad excepcional para encontrarnos y compartir sensaciones, experiencias y sentimientos. No desaprovechemos la oportunidad, ya que la fe es un don que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar.
Por otra parte, estamos viviendo un acontecimiento eclesial de primera magnitud, con la renuncia al ministerio petrino del ya Papa emérito, Benedicto XVI, y la elección del nuevo Papa, Francisco, lo que nos hace sentir la necesidad de revisar nuestro compromiso cristiano. Ello nos lleva, además, a adentrarnos en el pensamiento del Papa Francisco, en el que descubrimos una atinada visión de la Religiosidad Popular en una extensa publicación con ocasión de la V Conferencia del CELAM, celebrada en mayo de 2007, en el santuario brasileño de Aparecida.
Citando a su predecesor, Juan Pablo II, el hoy Papa Francisco dice que “la inculturación de la fe es una de las cuestiones prioritarias en la Iglesia hoy en día. “La síntesis entre cultura y fe no sólo es una exigencia de la cultura, sino de la fe. Una fe que no se hace cultura, es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada ni fielmente vivida” (Juan Pablo II. Carta con la que instituye el Consejo Pontificio de la Cultura). La fe no es una idea, una filosofía o una ideología. La fe procede de un encuentro personal con Jesucristo, el Hijo de Dios hecho carne. La persona que descubre el amor de Dios en su vida no es la misma que antes. Y un pueblo que cree en el Dios vivo y verdadero, Jesucristo, y lo sigue, es un pueblo singular. Por ello, la religiosidad popular es la fe del pueblo sencillo, que se hace vida y cultura, es el modo peculiar que tiene el pueblo de vivir y expresar su relación con Dios, con la Virgen y con los santos, en el ambiente privado e íntimo y también en comunidad de un modo especial”.
“Si bien algunos no aceptan este tipo de religiosidad argumentando que no compromete a la persona, sin embargo los sentimientos del corazón llevan a la fe a expresarse en gestos y delicadezas, con el Señor y con los hermanos. Lo sensible no es contradictorio con las experiencias más profundas del espíritu. Y para eso no hay más que referirse a los grandes místicos de la Iglesia Católica, como San Juan de la Cruz, Santa Teresa o San Ignacio de Loyola quienes nos muestran esta dimensión sensible de la fe. Éste sería uno de los grandes valores que, en un intercambio sano y enriquecedor, aporta la religiosidad popular a la Iglesia, muchas veces tentada de racionalizar y quedarse en meros pensamientos o formulaciones que no comprometen la vida.
La experiencia de la fe manifestada en gestos cotidianos y vivida comunitariamente conduce al amor de Dios y de los hombres, y ayuda a las personas, y a los pueblos a tomar conciencia de su responsabilidad en la construcción de la historia y la realización de su propio destino… La evangelización de la actual cultura posmoderna está reclamando en el interior de la Iglesia y fuera de ella, un trabajo pastoral que tenga en cuenta la palabra, las acciones, los signos y los símbolos, un imaginario que exprese la opción por la verdad sobre Dios y sobre el hombre.
Eso implica la creación de un nuevo paradigma cultural, como verdadera alternativa al pensamiento único dominante, que tenga en cuenta las mayores preocupaciones y polos de interés de los hombres de hoy: la realidad social, el pensamiento ecológico, la cosmología moderna, las etnias, la paz, la ética del cuidado, la misericordia y la compasión”.
Estos días vamos a revivir una sinfonía de experiencias, sensaciones y emociones que –no por repetidas– nos resultarán siempre nuevas y gratificantes. Oportunidad única, esperada, impaciente, capaz de satisfacer los cinco sentidos, embargar el alma y acelerar el pulso y el ritmo cardiaco. ¡Es la belleza de la fe!, que se nos muestra visible en cada trono o cortejo procesional. En el sonido de una marcha procesional o golpe de campana. En el contacto directo con las sagradas imágenes, con la trascendencia, con nuestra propia historia personal,… Y, todo ello, en una atmósfera cargada de incienso, con fragancia de azahar y de olor a cera, mientras degustamos una torrija, un potaje de garbanzos o una pavía de bacalao.
¡Celebremos y compartamos con gozo y alegría nuestra fe, que, en el escenario único de Málaga, de su entramado urbano, de su luz, de su clima,… de su gente, cobra una singular forma de vivir y sentir la belleza de la Semana Santa, en todo su significado e intensidad!
Francisco José González Díaz